20 de mayo de 2024

ANTES DE LA LLEGADA DE LOS ESCLAVOS.
Los indios llegaron a ser objeto de xenofobia, fueron extranjeros en su misma tierra. Y como tales, pasaron de ser sujetos con voluntad propia, a objetos reducidos a tener que aceptar el esclavismo como parte “natural” de su propio coexistir rutinario. Sólo unos cuántos alcanzaron su libertad como esclavos, ya fuere porque compraron su libertad o, porque los mismos amos (incluyendo los frailes defensores de los indígenas) les concedieron su libertad. Y si algunos indios pudieron obtener su libertad, esto no fue de ninguna manera, condición para mejorar su situación como clase social; y aún más, como diferentes grupos étnicos, o naciones, pues hasta eso perdieron, fueron reducidos a un grupo de otros, de indios cosificados. Hoy, cuando hablamos de los grupos étnicos que pueblan nuestro país, son solamente los reductos de esos indígenas que han sido considerados como “los otros”. Esa otredad que pone de manifiesto que de suyo se luchó en contra de la esclavitud, pero que el esclavismo estuvo muy lejos de querer ser erradicado. Recuérdese que aunque en 1551 hay un decreto de abolición de la esclavitud indígena; para 1810 Miguel Hidalgo la vuelve a abolir. ¿Abolir algo que ya había sido abolido?, pues sí, porque en la práctica los indígenas vivían en un sistema de esclavismo que estaba muy lejos de los logros que pudieron alcanzar los religiosos defensores de éstos. Si tomamos en cuenta de que para los españoles la situación de los indios como esclavos no era un diorisma como lo es para nosotros, podremos entonces comprender que la actitud de los religiosos defensores de los indígenas no es que fuera mala desde un punto de vista maniqueo, pero tampoco buena, -en el mismo sentido-; antes bien, era una forma de conceptualizar su sociedad a partir de estructuras socioeconómicas y culturales preestablecidas, sobre todo religiosas que ponían a cada uno en su lugar. Construyendo con ello la antípoda necesaria para establecer las condiciones para la desigualdad en hombres que en realidad nunca llegaron a ser iguales. Para ello, hubiera sido necesario que los dos estuvieran en el mismo plano o estadío, pero, ¿cómo lograr que el sujeto sea igual al objeto?. Este problema gnoseológico es ante todo, en la cuestión que nos ocupa, una forma de aprehender la realidad desde dos enfoques: la del indígena esclavizado y, la del español que esclavizó. Mientras queramos ver el problema como un diorisma independiente de alguno de estos, es decir, tratar como una sola voz a la esclavitud y al esclavismo, estaremos lejos de poder separarnos de ese maniqueismo al que hacíamos alusión. Es necesario que concluyamos que tanto el esclavismo como la esclavitud son diorismas de concepción ideológica, en los que los indios al haber sido cosificados, tuvieron que aceptar su condición de esclavos ante los vencedores, aún cuando estos fueran sus mismos protectores. Si no lo vemos así, nos parece que seguiremos hablando de la esclavitud como algo homogéneo al esclavismo y en ese tenor seguiremos reproduciendo los mismos esquemas teóricos que le han dado sustento a nuestra concepción de la historia como algo acabado, sin posibilidad de ser parte de ella, en donde ya se han asumido de facto los roles incuestionables acerca de la esclavitud en la Nueva España. Seguiremos siendo nosotros, los que neoesclavizamos a los indígenas, los-otros; al condenarlos a seguir siendo los objetos de nuestro soslayo sociohistórico, cultural y económico. Al reflexionar sobre la otredad, la de los indígenas en su condición de esclavos, estaremos en posibilidad de no negarnos a nosotros mismos, y no solamente en el sentido histórico como algo pretérito, sino también como el producto de ese fenómeno social que hemos llegado a ser. Thomas Hobbes decía al hablar de la naturaleza del hombre como ser social: homo homini lupus y cuánta razón tenía, al menos en casos Nómadas. Revista Crítica de Ciencias Sociales y Jurídicas | 13 (2006.1) Publicación Electrónica de la Universidad Complutense | ISSN 1578-6730 como este que de manera breve hemos tratado de demostrar, porque “el hombre no está solo, no se define ni se construye solo, no existe el hombre solo. El hombre se autoconstruye y se define con respecto a los demás” (Hurtado, 2001: 7). Así, de nosotros, –como profesores-, depende en gran medida que la historia siga siendo sólo una materia más de la currícula oficial, una forma de ser un alguien abstracto en una sociedad indiferente a su origen histórico, pues aunque lo exalta con d

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